lunes, 22 de junio de 2009

domingo, 21 de junio de 2009

poesia elegia


COLINAS, COLINAS...

Colinas, colinas, bajo este Octubre ácido...
Colinas, colinas, descomponiendo o reiterando matices aún fríos,
o no pudiendo decir plenamente el oro y el celeste, fluidos, de los
cultivos.
Nos dueles, oh paisaje que no puedes cantar en la tarde agria e
indecisa,
lleno de escalofríos bajo las nubes tenaces e inquietas todavía de tu
sueño
y estás solo. solo, solo, con la angustia y el desamparo de tus
criaturas.
Pero aun si cantaras el canto no se oiría casi.
Oiríamos sólo el ruido de los carros largos con su carga de
desesperación.
Oiríamos sólo el silencio de los niños y de las mujeres junto a los
ranchos transparentes.
Veríamos sólo la figura deshecha con la bolsa al hombro sobre la
cima de la loma.
Veríamos sólo esos arrabales de las Estaciones, oh campos de
Entre Ríos con aún países absolutos de injusticia,
oh, campos de Entre Ríos hechos para la dicha
de los que os evocaron esa aurora florecida que aún no canta y que
es extraña al día.
Otro será el paisaje mañana en las mismas líneas puras.
Cantará con un múltiple canto entre las casas próximas con mesas,
ah , seguras y con libros y músicas.
Como de la noche de su alma del sueño de los campos el hombre
extraerá toda la maravilla.
No más dividido, no, con el hermano, ni consigo mismo, ni con la
tierra, el hombre.
Uno consigo mismo y con el mundo para crearse sin fin en la gracia
más alta de la criatura,
y sonreír al rostro cejante de la sombra.


Una imaginación que evade la realidad y una imaginación que la encara. Una imaginación de artificios y una imaginación de compromisos. Una imaginación para encubrir y una imaginación para saber. Inventiva o responsabilidad.
Es fácil adivinar la elección de John Berger en esta disyuntiva.
Su poética viene siendo, de manera coherente, una imaginación proyectada sobre lo visible. El principio que sostiene su mirada es el de que lo real es el instrumento para atisbar lo innombrable; que sólo lo visible conduce a una intuición de lo invisible, del mismo modo que una puerta entreabierta deja ver una porción de lo que hay al otro lado, a partir de la cual, es posible construir una imagen del mundo.
La experiencia de los otros y la física del mundo no son sumas de acontecimientos arbitrarios. Tienen sentido, transmiten un saber por el que otros pagaron con su fracaso o con su vida. La obra más importante de Berger es la trilogía De sus fatigas. El título alude al versículo del Evangelio de San Juan: “Otros se fatigaron, y vosotros os aprovechasteis de sus fatigas”.
Para Berger, la imaginación sólo es digna de tal nombre si se abre paso a través de la experiencia de los demás, de sus fatigas. Es, al mismo tiempo, un ejercicio de contención y de trascendencia. Una forma de compromiso.
El problema resurge como uno de los temas centrales de ‘Un hombre afortunado’, en el que John Berger recoge su observación de John Sassall, médico rural inglés, a quien acompañó en su trato con los pacientes de la pequeña comunidad, durante unos meses de 1967. Aquel texto limítrofe con el periodismo, la poesía y el ensayo político se publica ahora en España.
Representa una fiel condensación del universo de Berger, que por aquel entonces ya era un dominio consciente y maduro sobre el valor de lo real, particularmente de lo más sencillo y humilde entre lo real, para interpretar la imagen del mundo de los antepasados, el mundo de la tradición, que en la cosmovisión de Berger suele equivaler a un mundo mejor.
Berger se detiene en la peculiar relación del doctor Sassall con la imaginación.
Una parte de lo más profundo y revelador del libro está en las páginas en las que se menciona la afición del niño John Sasall por las novelas de Conrad. Para Berger, el héroe arquetípico de las novelas marinas de Conrad constituye una explicación del interés de Sassall por la imaginación.
Los capitanes de Conrad son, dice Berger, personajes que necesitan de la imaginación, pero que, al mismo tiempo, no pueden permitírsela porque tienen una gran responsabilidad con las vidas que dependen de ellos. Resuelven esta contradicción proyectando su imaginación sobre el objeto real que los rodea y los amenaza: el mar. En las novelas de Conrad, el mar es el “instrumento” de la imaginación. Los héroes de Conrad son de carácter adusto y enigmático, llevan una vida solitaria, pueden pasarse noches enteras escrutando el mar.
Sin embargo, en los momentos de peligro para la tripulación, cuando el mar y los elementos desatan su furia, la autoridad y el conocimiento de estos capitanes se manifiestan con clarividencia y objetividad. No sólo salvan a la tripulación, sino que la inspiran y le sirven de ejemplo. Los capitanes de Conrad son, así, vehículo de una imaginación que responde a un ideal de servicio.
Así es la imaginación del médico rural John Sasall. Berger destaca su sed de conocimiento. Es un médico que “quiere saber”, al modo fáustico. Es una sed siempre insatisfecha, pero siempre renovada. Sasall “intenta reconocer a la persona detrás de cada paciente”. Busca el “universal humano” a través de un objeto real y singular, el paciente. Ese objeto es sagrado, para Sasall, porque es su puerta a “lo inimaginable”.

Capitalismo destructor

Si las reflexiones sobre la imaginación y el conocimiento me parecen hermosas e inspiradoras, otras sobre los supuestos estragos de la división del trabajo en la pérdida del “hombre universal” creo que son peregrinas.
No es ningún secreto la afinidad de Berger con el sistema filosófico marxista. Todo lo que tiene de profundo y sugerente en su visión de las relaciones entre la realidad y la imaginación, entre la vida y la literatura, me parece que lo tiene de delirante cuando deriva de esa cosmovisión conclusiones sobre el orden social.
Su añoranza de las tradiciones y los antepasados le lleva a deplorar la evolución de la economía hacia un sistema basado en la división del trabajo.
Para Berger, este proceso ha acabado con el ideal del hombre universal perseguido por el doctor John Sasall en cada uno de sus pacientes. Su análisis es que el capitalismo no sólo ha destruido al hombre capaz de atesorar varios saberes y habilidades, sino de atesorar uno solo, condenándole, dice, a ser sólo un engranaje de un complejo sistema mecanizado.
Sin embargo, Berger se contradice cuando afirma que el “hombre universal” en el que pensaban los antiguos griegos, los renacentistas y los precursores de la Revolución Francesa, está a punto de reconstruirse gracias a la civilización de las máquinas y del ocio. ¿En qué quedamos? ¿Destruye el capitalismo el “hombre universal” o le da una segunda oportunidad?
Berger tiene una visión elitista del hombre en sociedad, típica del materialismo. Para Berger, los médicos como Sassall cumplen una función fundamental como intérpretes y guardianes de la imagen del mundo legada por la tradición. Se necesita una élite formada por un puñado de John Sassall y capitanes de Conrad, hombres de ciencia o líderes naturales con facultades y conocimientos que guían al resto del grupo.
En realidad, la historia es al revés de como la cuenta Berger, en este punto. Es justamente la división del trabajo la que nos ha librado de los guardianes del conocimiento que creen controlar todos los resortes del orden y nos ha permitido “aprovecharnos del conocimiento de los demás”, como señala Hayek en ‘Los fundamentos de la libertad’.

JUAN L. ORTIZ





“Juanele”, sobrenombre familiar con el que se identifica al poeta Juan Laurentino Ortiz, nació en 1896, en Puerto Ruiz, población cercana a Gualeguay. Publicó en 1912 sus primeros poemas. En 1923, comenzó a seleccionar los textos que conformarían su primera obra poética, publicada en 1933, El agua y la noche, a ésta le seguirían, entre 1937 y 1958, El alba sube..., El ángel inclinado, La rama hacia el este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita, La brisa perfumada, El alma y las colinas y De las raíces y del cielo. Todos son libros publicados por el autor y en tiradas de pocos ejemplares; su poesía llegará a las librerías en 1970 cuando la Biblioteca Vigil de Rosario lance los tres tomos de En el aura del sauce que incluye los diez libros anteriores y tres más inéditos: El junco y la corriente, El Gualeguay y La orilla que se abisma. Salvo los pocos viajes al exterior, uno juvenil a Marsella en un barco de carga y otro de dos meses por China y Europa Oriental, y las visitas a Buenos Aires y a Santa Fe, vivió en Entre Ríos. Sus poemas cantan y recrean la naturaleza y el paisaje de su provincia natal, muestran la infatigable variación y búsqueda de su poética. El reconocimiento que su trabajo tuvo hacia los años ’70 se vio alterado por la quema de ejemplares que realizó en la editorial el régimen militar de 1976. Su producción permaneció casi en la oscuridad hasta que la Universidad Nacional del Litoral publicó su Obra completa, enriquecida con poemas no incluidos en En el aura del sauce y con artículos, comentarios, aparecidos en diarios y revistas, y cartas. Dice Juan José Saer en “Juan”[1] que, a partir de los años 1950, tanto él como las nuevas generaciones de poetas comenzaron a visitar al poeta en una especie de “ritual iniciático” y que esa tendencia relativiza la supuesta marginalidad en la que, a veces, se lo ha incluido ya que su poética, entonces, más bien se ubicaba en el centro de la actividad literaria de la Argentina de esos años, y que, precisamente, “por su marginalidad de esas instancias – y sólo de ésas – la obra de Juan, así como la de Girondo o la de Macedonio Fernández, se vuelve síntoma, pero también faro y emblema – nudo invicto de labor desinteresada y de una libertad de pensamiento y de escritura que pone en su lugar, es decir, en el campo de lo inesencial, con perspicacia soberana, manejos, dividendos y consignas.” Añade el novelista santafecino que “Para la poesía de Juan el paisaje es enigma y belleza, pretexto para preguntas y no para exclamaciones, fragmento del cosmos por el que la palabra avanza sutil y delicada, adivinando en cada rastro o vestigio, aun en los más diminutos, la gracia misteriosa de la materia.”
Con el deseo de transmitir cómo la escritura de Juan trabaja en la contemplación, el goce y el dolor, se distribuye en la página y construye la percepción y la reflexión estéticas, seleccionamos algunos pocos poemas.